¿Quiénes somos?

    Mi foto
    Somos un grupo de investigación en temas de Seguridad y Defensa Nacional.

    Coordinador

    Alberto Bolívar Ocampo. Politólogo. Profesor de Geopolítica en los Institutos Armados, el CAEN y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

    Mapa de visitas

    Número de Visitantes


    Contador Gratis

Espionaje Privado (III)


Por: Alberto Bolívar Ocampo

Publicado en: Diario Expreso; 30/Ene/09


Hemingway solía dar un gran consejo a sus mejores amigos: “Nunca confundas movimiento con acción”. Una de esas personas –Marlene Dietrich– declararía alguna vez que “con esas cinco palabras me dio toda una filosofía de vida.”

En el mundo de la inteligencia, que para David Martín se asemeja a “una selva de espejos”, es muy importante tomar en cuenta el consejo, relacionándolo además con toda la teoría de las “señales” y el “ruido” que magistralmente expusiera Roberta Wohlstetter en su Pearl Harbor: Warning and Decision (1962); esto es, tratar de separar la paja del trigo, lo accesorio de lo principal, lo que parece ser y no lo es.




En el escándalo de los “petroaudios”, la mayoría de los análisis se han enfocado en las (aparentemente) claras evidencias de operaciones de inteligencia privadas, es decir, de dos empresas compitiendo en una licitación. Si la “perdedora” tenía esas pruebas antes de que se diera la buena pro, ¿por qué no las hizo públicas para eliminar a la “ganadora”? Todo esto es “movimiento” y “ruido”, mas no “acción” y “señales”. El propósito de toda esta trama de espionaje no ha sido económico, ha sido político: conseguir supuestos indicios e incluso supuestas pruebas de corrupción vinculadas a las alturas del poder. ¿Con qué finalidad? Con lo que declaré a este diario en octubre pasado: para crear una crisis político-constitucional que provocara la caída del presidente García. En esa misma entrevista apunté –ahora todo lo indica que equivocadamente– a los servicios secretos de Cuba y Venezuela creando las condiciones para la configuración de un gran vacío de poder y de legitimidad que llevara a la caída (total) del régimen aprista, un corto gobierno provisional que convocara a (unas) nuevas elecciones en las que el vencedor pudiera ser Ollanta Humala. Es probable que quienes maquinaron todo esto no sean extranjeros.





No obstante, han ido apareciendo indicadores preocupantes (a los que ya me referí la semana pasada): a las comunicaciones de altos funcionarios del Estado, que pueden haber sido comprometidas. Se ha mencionado al ministro de Defensa, pero en su caso, por ser un político hábil y experimentado, no me lo imagino hablando cosas importantes por teléfono o trasmitiéndolas por internet. Más preocupante sería el caso de las comunicaciones (aparentemente comprometidas) del embajador Allan Wagner, nuestro agente para la demanda contra Chile en La Haya. Esperemos que Business Track, tal como lo ha manifestado el mismo Wagner, comprometiera sus comunicaciones muchísimo antes de la presentación de la demanda. De no ser este el caso, estaríamos hablando ya no de espionaje “privado”, sino de espionaje a secas y constituiría una monumental falla de contrainteligencia por cuanto Wagner –así como su equipo– tenían que haber sido “blindados” contra cualquier amenaza de inteligencia, ni bien fueron nombrados para la delicada tarea, porque automáticamente se convertían en (lógicos) “blancos de inteligencia.”



Si esta gente también espió a Wagner y a los suyos EN TERRITORIO PERUANO, querría decir que alguien metió la pata en gran forma y brillante estilo .

Espionaje Privado (II)


Por: Alberto Bolívar Ocampo
Publicado en: Diario Expreso 23/Ene/2009



La semana pasada me referí a las llamadas “técnicas intrusivas”, aquellas que todo Estado –a través de su sistema de inteligencia– necesita usar y monopolizar (al menos en teoría) para hacer frente a una serie de riesgos y amenazas. Dentro de los debidos marcos constitucionales, legales y procesales, dichas técnicas le proporcionan al Estado la capacidad de afectar la privacidad de los ciudadanos; de ahí la necesidad de garantías, límites y controles. Pero, ¿qué debemos entender por privacidad? En su libro Enemies of Intelligence: Knowledge & Power in American Nacional Security (2007, p. 160), Richard Betts sostiene que el término privacidad se refiere a “la limitación de los medios del gobierno para adquirir conocimiento de las asociaciones, comunicaciones y actividades de los individuos”.





El escándalo de las últimas semanas nos demuestra que en nuestro país existen actores privados (empresas) que no sólo no han tenido limitación u obstáculo alguno para adquirir esa clase de conocimiento, sino también para intervenir comunicaciones de altos funcionarios e instituciones del Estado, por lo que debemos colegir que este último es incapaz de (en última instancia) proteger sus propios secretos; es decir, carece de los mínimos mecanismos de contrainteligencia (CI), la que en términos simples es tratar de negar a otro u otros, las capacidades de obtener información que no se quiere se conozca. Así de simple.



Los altos funcionarios y entidades del Estado han visto comprometidas sus comunicaciones porque ese mismo Estado carece, si no del sistema, de la institución que exclusivamente tendría que encargarse de planificar las medidas pasivas y activas que se traduzcan en lo que Michelle Van Cleave en su Counterintelligence and National Strategy (2007, p.5) denomina “actividades para identificar, evaluar, neutralizar y explotar las actividades y capacidades de inteligencia de potencias extranjeras, grupos terroristas y otras entidades foráneas“(y domésticas, añadiría yo). Estas actividades de inteligencia incluyen –dice la autora– espionaje, recolección técnica, sabotaje, operaciones de influencia y manipulación o interferencia de las actividades de defensa y de inteligencia del país.






En diversas instancias y publicaciones vengo insistiendo desde hace ya varios años en la necesidad de reformular el sistema de inteligencia peruano, separando los ámbitos de la inteligencia externa y los de la contrainteligencia con la creación de una agencia exclusiva para inteligencia externa y (como objetivo de máxima) un sistema nacional de CI, o en su defecto (como objetivo de mínima) una agencia nacional de CI. Seguiríamos, en términos de “división del trabajo”, los ejemplos estadounidense (CIA–FBI), ruso (SVR–FSB), israelí (Mossad–Shin Bet), francés (DGSE–DST) y británico (MI–6/MI–5). No constituyen contrapesos perfectos dentro de una estructura nacional de inteligencia (¿acaso existen?), pero ese sistema es mejor al actual, en el que una sola agencia concentra lo que en su libro Intelligence Power in Peace and War (1996, p.2), Michael Herman denomina “poder de inteligencia”. Si no cambiamos radicalmente, el país seguirá siendo (para cualquiera) un perpetuo festín que permite la (fácil) obtención de información sensible para la seguridad y el desarrollo nacionales.


Espionaje Privado (I)


Por: Alberto Bolívar Ocampo

Publicado en: Diario Expreso 16/Ene/09


“Los servicios secretos son la única expresión real del subconsciente de una nación, la única medida válida de su salud pública”.

John Le Carré, El Topo (1974)



Así como el Estado debe tener el monopolio del empleo de la fuerza (armada), del mismo modo deben tener el monopolio sobre el empleo del espionaje –que no es lo mismo que inteligencia–, el cual viene a ser la recolección clandestina de información a través de las llamadas “técnicas intrusivas”, bien sea a través de elementos humanos (entiéndase espías) o técnicos (interceptación de comunicaciones telefónicas, de faxes, de e-mails, etc.). El espionaje es una actividad (necesaria) que debe estar cuidadosamente enmarcada dentro de los parámetros constitucionales, legales y procesales. Hay amenazas como las que representan los grupos terroristas o las mafias del narcotráfico, que por su mismo carácter de extrema clandestinidad, secreto y sigilo, no es posible enfrentarlas solamente recolectando (y analizando) información de fuente abierta. Es necesario espiarlas, incluso en democracia.





El problema se da cuando esa herramienta especial (del Estado) es usada indiscriminadamente por “empresas de seguridad” (privadas), las que a pedido del cliente y cobrando un buen precio, pueden llevar a cabo verdaderas operaciones clandestinas: espionaje humano o técnico, seguimientos a personas o penetración física de locales, por nombrar algunas. Esas empresas han añadido el “toque secreto” a sus servicios porque nuestra legislación (empezando por la Ley del Sistema de Inteligencia Nacional) tiene espectaculares y enormes vacíos que es menester subsanar, ya.



Lo que estamos presenciando es otra (peligrosa) manifestación anómica de la sociedad peruana, esta vez, dentro de un rubro que –se supone– es “la primera línea de defensa del país”. Es una prueba fehaciente más de que el sistema de inteligencia está en crisis; que desde el escándalo de 2007, en el que se descubrió la venta de información secreta a empresas de seguridad privadas, comprobamos que la Dirección de Inteligencia Nacional/DINI (el órgano central del sistema) desgraciadamente no controla a los componentes del mismo y estos, a su vez, no controlan a su personal, el cual se “recursea” trabajando simultáneamente para dichas empresas.




Por ejemplo, en el caso de la venta de información secreta, yo haría varias preguntas: ¿Cómo podían estar seguros los vendedores, que las informaciones proporcionadas no iban a terminar en manos de algún servicio de inteligencia extranjero, el que bien podría haber captado a personal de esas empresas de seguridad, que, dicho sea de paso, también estaba “recurseándose”? ¿Cómo podían estar seguros que entregando esas informaciones no comprometían a la seguridad nacional, ya que podían revelarse –y de hecho ello debe haber sucedido– fuentes y métodos? ¿No sabían acaso que un buen analista de contrainteligencia que analice un documento clasificado de un servicio secreto extranjero puede identificar los métodos e incluso las fuentes usados para la redacción del mismo? (He utilizado pasajes de mi ensayo “Cultura, períodos culturales y servicios de inteligencia en el Perú, 1960-2007”, que es parte de un volumen recientemente publicado en los EE UU, al que puede accederse en http://www.ndic.edu/press/pdf/12060.pdf )

La Utilidad de la Fuerza




Autor: Alberto Bolívar Ocampo
Publicado en: Expreso; 01 /Ene/2009


En su extraordinario libro “The Utility of Force: The Art of War in the Modern World (2007)”, el general (r) británico Rupert Smith hace una muy completa reflexión acerca de cómo, a lo largo de la historia, se ha utilizado la fuerza (militar). Sostiene que aplicarla con utilidad implica una comprensión del contexto en el cual uno está actuando, una clara definición del resultado a ser obtenido, una identificación del punto o blanco contra la que es aplicada y, tan importante como lo anterior, una comprensión de la naturaleza de la fuerza que se aplica.

A lo largo de sus 415 páginas, nos va llevando por diversas etapas históricas hasta llegar a lo que él denomina la “guerra (a escala) industrial”, en la que su mayor propósito era el de obtener el resultado político deseado a través de la destrucción de la capacidad de resistir del enemigo. En esta clase de guerras, los eufemísticamente llamados “daños colaterales” (entiéndase víctimas civiles), era un precio que los países estaban dispuestos a pagar y hacer pagar. Así hemos presenciado el arrasamiento de ciudades enteras, sólo con la finalidad de quitarle la voluntad de seguir (peleando) al enemigo. Pero, nos dice el autor, los tiempos han cambiado: los conflictos a escala industrial se han vuelto altamente improbables y hemos entrado a guerras que se desarrollan “en medio de la gente” (amongst the people), en las que actores subnacionales, que no son Estados, que muchas veces son organizaciones terroristas, se mimetizan en medio de las poblaciones.






Podemos denominarla guerra no convencional, irregular o asimétrica (esta última denominación no le gusta), pero es en donde están actuando los ejércitos occidentales, los que –he ahí su crítica- siguen actuando en esos conflictos con una mentalidad, organización y estructura de fuerzas, más ad hoc a las guerras industriales. De ahí sus problemas, ya que toda esa capacidad para aplicar la fuerza (convencional) no sólo es inútil sino además contraproducente si los civiles son los grandes afectados. Enfatiza: “La gente no es el enemigo. El enemigo está en medio de la gente y el propósito de cualquier fuerza militar u otro poder es diferenciar entre el enemigo y la gente, y ganarse a esta última, lo que lleva a decidir qué aproximación tomar, a decidir el método de operación”.

La semana pasada realcé el hecho de cómo el Estado peruano está usando la aproximación adecuada en el VRAE para minimizar las bajas civiles. Es obvio que nuestros líderes políticos y mandos militares han captado mejor la esencia del mensaje de Smith, que sus similares de Israel. Estos últimos –todo lo indica- no han aprendido las lecciones del fiasco de 2006 en Líbano, por lo que la (tremenda) aplicación de su fuerza terminará siendo (estratégicamente) inútil porque Hamas está en medio de la gente. Israel tiene el derecho a la legítima defensa, pero ha equivocado los medios y la proporción, y –creo– le ha puesto alfombra roja al ingreso de Al Qaeda a Gaza. Es sólo cuestión de tiempo.


Bush regrets Irak invasion based on Intelligence failure

Entrevista a Henry Kissinger

Lorem ipsum