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    Alberto Bolívar Ocampo. Politólogo. Profesor de Geopolítica en los Institutos Armados, el CAEN y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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Subversión, Geopolítica e Intervención



La posición territorial – central, periférica, mediterránea, etc. – que ocupa un determinado Estado, es una de las categorías de análisis geopolítico más valiosas. La posición es importante cuando se la relaciona con la lejanía o proximidad respecto a los centros de poder mundial, con las comunicaciones exteriores, así como con el grado de Poder Nacional que detentan el país materia del análisis y los países que conforman su entorno inmediato. Ahora bien, la ventaja de una posición – central, por ejemplo, que es el caso que nos interesa – no es real sino en la medida que se hayan dado en ese país los medios para explotarla y sobre todo la voluntad – decisión política – de hacerlo.

El Perú Republicano, inexplicablemente cayó en una suerte de “amnesia geopolítica” a partir de 1821. Olvidó que los Incas ejercieron magistralmente su poder a partir de la ocupación de una posición central: el Cuzco, núcleo de cohesión a partir del cual fueron irradiándose los influjos geopolíticos que dieron forma y consistencia al Tahuantinsuyo. Olvidó que durante a Colonia, los españoles muy inteligentemente siguieron el ejemplo de sus conquistados: su poder en Sudamérica fue concentrado y se ejerció a partir de la posición central del entonces Virreinato del Perú. Este se convirtió, a decir del maestro Castañón Pasquel, en “el núcleo de cohesión de todo un sistema lineal de poderío.” Ello puede comprobarse viendo el mapa y recordando cómo las comunicaciones y el comercio provenientes de la metrópoli en dirección al Pacífico, llegaban a Porto Bello, cruzaban el istmo de Panamá y de allí seguían su ruta principalmente hacia el Callao. De la capital seguían al Alto Perú y del Altiplano al Río de la Plata. La mayor parte de su poder político, económico y militar se concentró en esa posición central que le ofrecía el Perú. Cuando hubo sublevaciones en los países vecinos, desde el Perú se pivotearon todas las intervenciones contra las mismas, con el éxito que conocemos. Bolívar y San Martín, con gran intuición geopolítica, ven que la Independencia en Sudamérica no se alcanzará realmente si es que no se destruye antes el poder español ejercido centralmente desde el Perú. Es por ello que convergen las corrientes libertadoras del Norte y del Sur. 1824 marca con Junín y Ayacucho el fin de ese poder central. No fue casual tampoco el que en 1864-66 España tratase de reinsertarse en Sudamérica, primero tratando de recuperar su antigua ventajosa posición central. El Combate del Dos de Mayo puso punto final a ese postrer intento colonialista de clara raíz geopolítica.

En la Epoca Republicana, los formuladores y ejecutores de nuestra política exterior – salvo Castilla – olvidan la ancestral herencia geopolítica que nos habían legado nuestros antecesores. La posición central se vio como algo desventajoso, asfixiante y causante de problemas internacionales. Es así como nuestra política exterior devino – hasta nuestros días – en una tradición de problemas y posibilidades. El uso o no uso de esa posición central fue y es uno de sus principales problemas, pero también una de sus más claras posibilidades: la de convertirnos en el eje de comunicaciones e integración en el hinterland sudamericano, todo ello por ser un país central, junto al coloso brasileño, respecto del Grupo Andino y los países del Cono Sur.

El problema de su no uso como instrumento básico de nuestra política exterior se ve agravado por el hecho que el Perú es un eterno proyecto de país caracterizado por su desarticulación, descohesión, peligrosamente centralizado en la Costa, en continua pauperización y con ausencia de presencia estatal – anecúmene político/administrativo – o presencia estatal mínima en grandes extensiones de la Sierra y Selva.

La subversión actuante en el Perú desde 1980 (Sendero Luminoso) y 1984 (MRTA-MIR) basa y fundamenta su accionar en los factores negativos antes mencionados y en la agudización de las contradicciones que estos producen al interior del sistema. Lo que sí, parecen no considerar un problema la posición central de nuestro territorio porque tendrían, sobre todo SL, una concepción que podríamos denominar “geopolítico-revolucionaria”: a partir de la ocupación de una posición central, es decir nuestro territorio, irradiar la revolución comunista en dirección al hinterland sudamericano inmediato al Perú. Bolivia, que tiene el heartland sudamericano: el triángulo Santa Cruz-Sucre-Cochabamba, que es el cruce de comunicaciones más importante del subcontinente, serviría de núcleo complementario con el fin de proyectar los impulsos geopolítico-revolucionarios en dirección al Río de la Plata y para reforzar sus acciones contra Chile. Todo esto, claro es, sería con ayuda de los grupos subversivos de los países afectados. En otras palabras, SL buscaría revertir el proceso geopolítico de la Independencia, creando un gran poder revolucionario a partir de la ocupación de una posición central, fortaleciéndolo e irradiándolo en dirección a los países vecinos y allende los mismos.

El carácter mesiánico de SL, su prédica y forma de actuar, el haberse extendido su presencia a casi todos los Departamentos en siete años de accionar subversivo; su fría, racional y eficiente capacidad de planeamiento estratégico, sumados a lo que parece ser una clara concepción geopolítico-revolucionaria y a la aparente competencia estratégica desatada entre ese movimiento y el MRTA-MIR, que puede llevar la escalada de violencia en el país a niveles insospechados, ¿no son motivos de preocupación sobre todo de nuestros vecinos, porque se estaría gestando en el Perú una poderosa fuerza revolucionaria que puede ser ejercida desde una posición central en dirección al hinterland sudamericano?

Mucho se ha especulado acerca de si la presencia de efectivos militares en Ecuador y Bolivia con fines de entrenamiento de tropas de esos países, está en relación directamente proporcional con las implicancias de la concepción, crecimiento y alcances de la subversión peruana. Igualmente se ha especulado acerca de por qué Brasil ha reforzado militarmente su frontera con el Perú (Es un país que razona geopolíticamente y que en la actualidad debe ser, socio-políticamente hablando, el más volátil de toda Sudamérica, en el que una prédica del tipo de SL puede prender muy rápidamente. Recordemos que un informe elaborado por la Conferencia Nacional de Obispos de ese país, revelado el 21-4-87, señala que unos 70 millones de brasileños están sometidos a condiciones de miseria absoluta y pobreza, cuyos índices se incrementaron rápidamente por el fracaso del Plan Cruzado.)

Bien cabe preguntarnos: ¿estamos venciendo a la subversión o por lo menos frenándola? ¿Lograremos vencerla? De no hacerlo o si el desarrollo de los acontecimientos comienza a desbordar nuestras fronteras, ¿condicionantes geopolíticos y la creencia de que lo que sucede en nuestro país afecta sensiblemente la seguridad nacional de nuestros vecinos los llevaría a intervenir contra el Perú? Dejamos la interrogante.


(*) Alberto Bolívar. El Comercio. 02/Dic/87

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