¿Quiénes somos?

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    Somos un grupo de investigación en temas de Seguridad y Defensa Nacional.

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    Alberto Bolívar Ocampo. Politólogo. Profesor de Geopolítica en los Institutos Armados, el CAEN y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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Tu amigo te espía (II)





El espionaje entre los “amigos” no sólo se da en los ámbitos bilaterales que tengan que ver con cuestiones económicas, comerciales o industriales (en este último caso, de uso dual), sino que –multilateralmente– dentro de las alianzas de seguridad a veces sus miembros se espían mutuamente con fines, bien sea de tan sólo tener una idea de sus capacidades o para comprobar sus intenciones y voluntad política de actuar en conjunto y sin disensiones, si las circunstancias así lo requirieran.

Lo mismo puede afirmarse al interior de las alianzas de índole político y económico totalmente institucionalizadas como la Unión Europea, que es lo que a mediados de febrero advirtió en una nota interna Stephen Hutchins, el jefe de seguridad del ejecutivo europeo. Se refería a las cubiertas (o tapaderas) que agentes de inteligencia “o personas directamente ligadas a estos servicios” usan para intentar obtener información. Esto fue admitido por Valerie Rampi, la portavoz de la Comisión Europea: “Un ejemplo de esta tapadera es el practicante, el segundo es el de un miembro de una administración nacional asignado de forma temporal (a la Comisión), el tercero es el de un técnico experto en cuestiones de tecnologías de la información.”




Otras versiones apuntaron a cubiertas periodísticas usadas por decenas de personas, especialmente de Rusia y China. (No es un secreto que estos dos países tienen activas redes de espionaje en todos lados).No obstante, si uno analiza bien la advertencia de Hutchins, los tres ejemplos que pone, es obvio que tienen que ver con personas que pertenecen a países miembros de la UE. Interpreto esto como un fuerte llamado de atención a esos mismos países miembros. En otras palabras, es un llamado al orden en una situación de (extrema) crisis. Históricamente, un indicador del agravamiento de una crisis entre países ha sido el incremento de todas las actividades de inteligencia. En este caso se debería al agravamiento de la crisis económica global: ante la potencial pérdida de mercados o la búsqueda de nuevos procedimientos industriales, en esta clase de organismos internacionales todos quieren saber lo que los otros están haciendo –o piensan hacer– para capear el temporal, y cómo podría afectarlos.






De otro lado, también podemos hablar de las actividades de inteligencia (incluido a veces el espionaje) que un país puede estar llevando a acabo sobre otro tradicionalmente amigo, sobre todo en el campo político, para plantearse –por ejemplo– escenarios de probables cambios de gobierno o al interior del (actual) gobierno y cómo esos cambios podrían afectar tradicionales vínculos –de toda índole– entre ambos. La inteligencia política constituye la más comúnmente conducida entre esos países tradicionalmente (muy) amigos por considerarse que nunca está de más cerciorarse, una y otra vez, que sigan en ese nivel. Recordar siempre las palabras de un alto funcionario estadounidense (probablemente Henry Kissinger) a fines de los setenta: “No existen agencias de inteligencia ´amistosas´. Sólo existen agencias de inteligencia de potencias amistosas.” (En Mark Lowenthal, Intelligence: From Secrets to Policy, 2000, p. 99).

Tu amigo te espía


Por: Alberto Bolívar Ocampo

Publicado en: Diario Expreso 27/Feb/2009






Comentando en mi última columna el extraño choque entre dos submarinos nucleares de Francia y Gran Bretaña, opiné que el incidente se dio porque habrían estado espiándose mutuamente. Este presunto caso de espionaje militar “entre amigos” se debería a que según la reciente versión de la política de defensa francesa (octubre 2008), su estrategia de disuasión nuclear se basará principalmente en sus submarinos, ergo, de ahí la curiosidad británica. Sin embargo, parece también que otros actos de espionaje –más específicamente por parte de los franceses contra los británicos– se estaría dando en otros ámbitos (no estrictamente militares), sino más bien de tipo económico y tecnológico, pero recordando que mucho de ese conocimiento puede tener un uso dual: civil pero con potenciales aplicaciones militares.








Baso mis comentarios en el artículo “Olvídense de los rusos, ahora los franceses están tratando de robar nuestros secretos”, que el reconocido autor Gordon Thomas (ya sale a la venta su más reciente libro, Secret Wars: One Hundred Years of British Intelligence Inside of MI5 and MI6) publicara en el diario Sunday Express el pasado 22 de febrero. Según Thomas, el MI5 (contrainteligencia/CI) ha descubierto que los franceses (y de paso también los alemanes, es decir, dos de sus más cercanos aliados al interior de la OTAN), han enviado –con grandes sumas de dinero– a sus mejores espías para reclutar a personal de compañías que producen tecnología para la genética, láser y óptica, campos en las que los británicos son líderes mundiales. Acorde al MI5, los blancos serían personal que ha visto seriamente afectado su nivel de vida por la crisis económica. Lo que particularmente le ha chocado a la CI británica es que hasta ahora tenían con los franceses una muy estrecha relación de trabajo en la lucha antiterrorista. Todo esto ha llevado a su Comité Conjunto de Inteligencia a elaborar un informe en el que se afirma que no sólo Rusia y China operan activas redes de espionaje, y se pide urgentemente discutir el qué hacer frente a lo que el documento describe como “naciones europeas amigas operando contra nosotros”.









Estos casos nos demuestran que en los actuales tiempos de la globalización es muy importante dejar en claro que los recolectores clandestinos de información no necesariamente pueden ser enemigos o adversarios, sino que también pueden ser amigos e incluso aliados. Por ejemplo, Corea del Sur, así como Japón, Israel y Taiwán tienen muy estrechos lazos de seguridad con los EE UU, pero ello no los disuade de realizar actividades de espionaje económico e industrial contra este último. En los tiempos de la globalización puede darse la gran paradoja que aliados en lo estratégico-militar sean a la vez adversarios, competidores e incluso enemigos en lo económico-industrial. Por ello, toda buena definición de CI debe referirse a las acciones y previsiones destinadas a contrarrestar “amenazas de inteligencia”, vengan de quien vengan. Si al hablar de CI nos circunscribimos a los actores tradicionalmente denominados “hostiles” o “enemigos”, corremos el riesgo de atarnos de mano conceptual, burocrática y operacionalmente.

Afganistán




Por: Alberto Bolívar Ocampo

Publicado en: Diario Expreso; 14/Feb/2009



Pese a la voluntad política y el compromiso estratégico por parte del presidente Obama para enfocar sus esfuerzos militares en Afganistán y tratar de revertir el obvio – y peligroso - deterioro de la situación, los EE.UU. no la van a ver fácil, no sólo por lo que Al Qaeda y los talibanes hagan o no hagan, sino por la influencia de fuerzas (relativamente) exógenas como Rusia.

Lo primero que debe reconocerse es que tal deterioro está en proporción directa con lo sucedido a partir de 2003 con la (torpe) invasión a Irak, que no hizo más que servir de imán para atraer más y decididos reclutas a las filas del integrismo islámico en Asia Central, los cuales han puesto al “gobierno” de Kabul en una posición casi tan débil como la del último gobierno comunista después de la retirada soviética en febrero de 1989. Si el “gobierno” de Ahmid Karzai no ha caído, es simplemente porque Al Qaeda y los talibanes no están recibiendo desde el exterior el nivel de apoyo logístico que recibían los mujaidines a través de la CIA. La verdad es que es imperdonable la forma cómo las fuerzas de la OTAN han dejado resurgir a los radicales islámicos. Un reciente informe del Pentágono ha reconocido que la violencia en Afganistán se está volviendo incontrolable. "Tras su caída, los talibanes se reagruparon desde el polvo y se han fusionado en una insurgencia fuerte y que evoluciona", agrega el informe. Los ataques de la insurgencia aumentaron un 33% en 2008 y los asaltos en las principales autopistas del país subieron un 37% en comparación con 2007, destaca el texto.


Tal es la desesperación, que autores como William Hauser y Jerome Slater (ver “Bring Back the Draft” en el último número de Foreign Policy), ya están pidiendo la reinstauración de la conscripción militar en los EE.UU. para poder hacer a los requerimientos militares que – consideran que son insuficientes los 20 mil a 30 mil efectivos propuestos por Obama –se necesitarían en Afganistán para poder tener un ratio de 10 a 1 respecto a los insurgentes; es decir, volver a militarizar convencionalmente un problema que va más allá de lo puramente militar, en una forma que me recuerda a lo que Lyndon Johnson hizo en marzo de 1965 y casi hace en noviembre de 1967 durante la guerra de Vietnam. Las fuerzas convencionales no van a lograr más que agravar el problema. Acá se necesitan más efectivos de fuerzas especiales y (muchas) obras de infraestructura.




¿Creen acaso que las fuerzas regulares van a poder implementar la - altamente riesgosa - estrategia de crear milicias y darles armas para combatir al talibán? De ninguna manera. Eso sólo pueden hacerlo fuerzas especiales. De otro lado, se han agravado los problemas logísticos para Washington por el cierre de la base aérea de Manás por parte de Kirgistán. ¿La mano de Moscú? Obvio, por una realidad geopolítica que recién podría volver a reconocerse: es su zona de influencia.

Espionaje Privado (III)


Por: Alberto Bolívar Ocampo

Publicado en: Diario Expreso; 30/Ene/09


Hemingway solía dar un gran consejo a sus mejores amigos: “Nunca confundas movimiento con acción”. Una de esas personas –Marlene Dietrich– declararía alguna vez que “con esas cinco palabras me dio toda una filosofía de vida.”

En el mundo de la inteligencia, que para David Martín se asemeja a “una selva de espejos”, es muy importante tomar en cuenta el consejo, relacionándolo además con toda la teoría de las “señales” y el “ruido” que magistralmente expusiera Roberta Wohlstetter en su Pearl Harbor: Warning and Decision (1962); esto es, tratar de separar la paja del trigo, lo accesorio de lo principal, lo que parece ser y no lo es.




En el escándalo de los “petroaudios”, la mayoría de los análisis se han enfocado en las (aparentemente) claras evidencias de operaciones de inteligencia privadas, es decir, de dos empresas compitiendo en una licitación. Si la “perdedora” tenía esas pruebas antes de que se diera la buena pro, ¿por qué no las hizo públicas para eliminar a la “ganadora”? Todo esto es “movimiento” y “ruido”, mas no “acción” y “señales”. El propósito de toda esta trama de espionaje no ha sido económico, ha sido político: conseguir supuestos indicios e incluso supuestas pruebas de corrupción vinculadas a las alturas del poder. ¿Con qué finalidad? Con lo que declaré a este diario en octubre pasado: para crear una crisis político-constitucional que provocara la caída del presidente García. En esa misma entrevista apunté –ahora todo lo indica que equivocadamente– a los servicios secretos de Cuba y Venezuela creando las condiciones para la configuración de un gran vacío de poder y de legitimidad que llevara a la caída (total) del régimen aprista, un corto gobierno provisional que convocara a (unas) nuevas elecciones en las que el vencedor pudiera ser Ollanta Humala. Es probable que quienes maquinaron todo esto no sean extranjeros.





No obstante, han ido apareciendo indicadores preocupantes (a los que ya me referí la semana pasada): a las comunicaciones de altos funcionarios del Estado, que pueden haber sido comprometidas. Se ha mencionado al ministro de Defensa, pero en su caso, por ser un político hábil y experimentado, no me lo imagino hablando cosas importantes por teléfono o trasmitiéndolas por internet. Más preocupante sería el caso de las comunicaciones (aparentemente comprometidas) del embajador Allan Wagner, nuestro agente para la demanda contra Chile en La Haya. Esperemos que Business Track, tal como lo ha manifestado el mismo Wagner, comprometiera sus comunicaciones muchísimo antes de la presentación de la demanda. De no ser este el caso, estaríamos hablando ya no de espionaje “privado”, sino de espionaje a secas y constituiría una monumental falla de contrainteligencia por cuanto Wagner –así como su equipo– tenían que haber sido “blindados” contra cualquier amenaza de inteligencia, ni bien fueron nombrados para la delicada tarea, porque automáticamente se convertían en (lógicos) “blancos de inteligencia.”



Si esta gente también espió a Wagner y a los suyos EN TERRITORIO PERUANO, querría decir que alguien metió la pata en gran forma y brillante estilo .

Espionaje Privado (II)


Por: Alberto Bolívar Ocampo
Publicado en: Diario Expreso 23/Ene/2009



La semana pasada me referí a las llamadas “técnicas intrusivas”, aquellas que todo Estado –a través de su sistema de inteligencia– necesita usar y monopolizar (al menos en teoría) para hacer frente a una serie de riesgos y amenazas. Dentro de los debidos marcos constitucionales, legales y procesales, dichas técnicas le proporcionan al Estado la capacidad de afectar la privacidad de los ciudadanos; de ahí la necesidad de garantías, límites y controles. Pero, ¿qué debemos entender por privacidad? En su libro Enemies of Intelligence: Knowledge & Power in American Nacional Security (2007, p. 160), Richard Betts sostiene que el término privacidad se refiere a “la limitación de los medios del gobierno para adquirir conocimiento de las asociaciones, comunicaciones y actividades de los individuos”.





El escándalo de las últimas semanas nos demuestra que en nuestro país existen actores privados (empresas) que no sólo no han tenido limitación u obstáculo alguno para adquirir esa clase de conocimiento, sino también para intervenir comunicaciones de altos funcionarios e instituciones del Estado, por lo que debemos colegir que este último es incapaz de (en última instancia) proteger sus propios secretos; es decir, carece de los mínimos mecanismos de contrainteligencia (CI), la que en términos simples es tratar de negar a otro u otros, las capacidades de obtener información que no se quiere se conozca. Así de simple.



Los altos funcionarios y entidades del Estado han visto comprometidas sus comunicaciones porque ese mismo Estado carece, si no del sistema, de la institución que exclusivamente tendría que encargarse de planificar las medidas pasivas y activas que se traduzcan en lo que Michelle Van Cleave en su Counterintelligence and National Strategy (2007, p.5) denomina “actividades para identificar, evaluar, neutralizar y explotar las actividades y capacidades de inteligencia de potencias extranjeras, grupos terroristas y otras entidades foráneas“(y domésticas, añadiría yo). Estas actividades de inteligencia incluyen –dice la autora– espionaje, recolección técnica, sabotaje, operaciones de influencia y manipulación o interferencia de las actividades de defensa y de inteligencia del país.






En diversas instancias y publicaciones vengo insistiendo desde hace ya varios años en la necesidad de reformular el sistema de inteligencia peruano, separando los ámbitos de la inteligencia externa y los de la contrainteligencia con la creación de una agencia exclusiva para inteligencia externa y (como objetivo de máxima) un sistema nacional de CI, o en su defecto (como objetivo de mínima) una agencia nacional de CI. Seguiríamos, en términos de “división del trabajo”, los ejemplos estadounidense (CIA–FBI), ruso (SVR–FSB), israelí (Mossad–Shin Bet), francés (DGSE–DST) y británico (MI–6/MI–5). No constituyen contrapesos perfectos dentro de una estructura nacional de inteligencia (¿acaso existen?), pero ese sistema es mejor al actual, en el que una sola agencia concentra lo que en su libro Intelligence Power in Peace and War (1996, p.2), Michael Herman denomina “poder de inteligencia”. Si no cambiamos radicalmente, el país seguirá siendo (para cualquiera) un perpetuo festín que permite la (fácil) obtención de información sensible para la seguridad y el desarrollo nacionales.


Espionaje Privado (I)


Por: Alberto Bolívar Ocampo

Publicado en: Diario Expreso 16/Ene/09


“Los servicios secretos son la única expresión real del subconsciente de una nación, la única medida válida de su salud pública”.

John Le Carré, El Topo (1974)



Así como el Estado debe tener el monopolio del empleo de la fuerza (armada), del mismo modo deben tener el monopolio sobre el empleo del espionaje –que no es lo mismo que inteligencia–, el cual viene a ser la recolección clandestina de información a través de las llamadas “técnicas intrusivas”, bien sea a través de elementos humanos (entiéndase espías) o técnicos (interceptación de comunicaciones telefónicas, de faxes, de e-mails, etc.). El espionaje es una actividad (necesaria) que debe estar cuidadosamente enmarcada dentro de los parámetros constitucionales, legales y procesales. Hay amenazas como las que representan los grupos terroristas o las mafias del narcotráfico, que por su mismo carácter de extrema clandestinidad, secreto y sigilo, no es posible enfrentarlas solamente recolectando (y analizando) información de fuente abierta. Es necesario espiarlas, incluso en democracia.





El problema se da cuando esa herramienta especial (del Estado) es usada indiscriminadamente por “empresas de seguridad” (privadas), las que a pedido del cliente y cobrando un buen precio, pueden llevar a cabo verdaderas operaciones clandestinas: espionaje humano o técnico, seguimientos a personas o penetración física de locales, por nombrar algunas. Esas empresas han añadido el “toque secreto” a sus servicios porque nuestra legislación (empezando por la Ley del Sistema de Inteligencia Nacional) tiene espectaculares y enormes vacíos que es menester subsanar, ya.



Lo que estamos presenciando es otra (peligrosa) manifestación anómica de la sociedad peruana, esta vez, dentro de un rubro que –se supone– es “la primera línea de defensa del país”. Es una prueba fehaciente más de que el sistema de inteligencia está en crisis; que desde el escándalo de 2007, en el que se descubrió la venta de información secreta a empresas de seguridad privadas, comprobamos que la Dirección de Inteligencia Nacional/DINI (el órgano central del sistema) desgraciadamente no controla a los componentes del mismo y estos, a su vez, no controlan a su personal, el cual se “recursea” trabajando simultáneamente para dichas empresas.




Por ejemplo, en el caso de la venta de información secreta, yo haría varias preguntas: ¿Cómo podían estar seguros los vendedores, que las informaciones proporcionadas no iban a terminar en manos de algún servicio de inteligencia extranjero, el que bien podría haber captado a personal de esas empresas de seguridad, que, dicho sea de paso, también estaba “recurseándose”? ¿Cómo podían estar seguros que entregando esas informaciones no comprometían a la seguridad nacional, ya que podían revelarse –y de hecho ello debe haber sucedido– fuentes y métodos? ¿No sabían acaso que un buen analista de contrainteligencia que analice un documento clasificado de un servicio secreto extranjero puede identificar los métodos e incluso las fuentes usados para la redacción del mismo? (He utilizado pasajes de mi ensayo “Cultura, períodos culturales y servicios de inteligencia en el Perú, 1960-2007”, que es parte de un volumen recientemente publicado en los EE UU, al que puede accederse en http://www.ndic.edu/press/pdf/12060.pdf )

La Utilidad de la Fuerza




Autor: Alberto Bolívar Ocampo
Publicado en: Expreso; 01 /Ene/2009


En su extraordinario libro “The Utility of Force: The Art of War in the Modern World (2007)”, el general (r) británico Rupert Smith hace una muy completa reflexión acerca de cómo, a lo largo de la historia, se ha utilizado la fuerza (militar). Sostiene que aplicarla con utilidad implica una comprensión del contexto en el cual uno está actuando, una clara definición del resultado a ser obtenido, una identificación del punto o blanco contra la que es aplicada y, tan importante como lo anterior, una comprensión de la naturaleza de la fuerza que se aplica.

A lo largo de sus 415 páginas, nos va llevando por diversas etapas históricas hasta llegar a lo que él denomina la “guerra (a escala) industrial”, en la que su mayor propósito era el de obtener el resultado político deseado a través de la destrucción de la capacidad de resistir del enemigo. En esta clase de guerras, los eufemísticamente llamados “daños colaterales” (entiéndase víctimas civiles), era un precio que los países estaban dispuestos a pagar y hacer pagar. Así hemos presenciado el arrasamiento de ciudades enteras, sólo con la finalidad de quitarle la voluntad de seguir (peleando) al enemigo. Pero, nos dice el autor, los tiempos han cambiado: los conflictos a escala industrial se han vuelto altamente improbables y hemos entrado a guerras que se desarrollan “en medio de la gente” (amongst the people), en las que actores subnacionales, que no son Estados, que muchas veces son organizaciones terroristas, se mimetizan en medio de las poblaciones.






Podemos denominarla guerra no convencional, irregular o asimétrica (esta última denominación no le gusta), pero es en donde están actuando los ejércitos occidentales, los que –he ahí su crítica- siguen actuando en esos conflictos con una mentalidad, organización y estructura de fuerzas, más ad hoc a las guerras industriales. De ahí sus problemas, ya que toda esa capacidad para aplicar la fuerza (convencional) no sólo es inútil sino además contraproducente si los civiles son los grandes afectados. Enfatiza: “La gente no es el enemigo. El enemigo está en medio de la gente y el propósito de cualquier fuerza militar u otro poder es diferenciar entre el enemigo y la gente, y ganarse a esta última, lo que lleva a decidir qué aproximación tomar, a decidir el método de operación”.

La semana pasada realcé el hecho de cómo el Estado peruano está usando la aproximación adecuada en el VRAE para minimizar las bajas civiles. Es obvio que nuestros líderes políticos y mandos militares han captado mejor la esencia del mensaje de Smith, que sus similares de Israel. Estos últimos –todo lo indica- no han aprendido las lecciones del fiasco de 2006 en Líbano, por lo que la (tremenda) aplicación de su fuerza terminará siendo (estratégicamente) inútil porque Hamas está en medio de la gente. Israel tiene el derecho a la legítima defensa, pero ha equivocado los medios y la proporción, y –creo– le ha puesto alfombra roja al ingreso de Al Qaeda a Gaza. Es sólo cuestión de tiempo.


Bush regrets Irak invasion based on Intelligence failure

Entrevista a Henry Kissinger

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