Recuerdo que cuando en 1982 parecía que escalaba
peligrosamente la guerra de las Malvinas, a la primera ministra británica se le
preguntó en una entrevista que si no temía una acción militar conjunta de
Latinoamérica en apoyo de la Argentina. “No”, respondió Margaret Thatcher,
“Latinoamérica no existe. Sólo existen países latinoamericanos”. Contundente
respuesta que describía lo que siempre habíamos constituido en los asuntos
internacionales: una región desunida y por ende, sin peso geopolítico;
percepción que 24 años después, en momentos que en otras latitudes se busca la
conformación de regiones-estado, no sólo subsiste, sino que se ha acrecentado a
la luz de los últimos acontecimientos:
- Las simultáneas crisis de la CAN y el MERCOSUR, es decir, las principales agrupaciones subregionales que teóricamente iban a convertirse en los vehículos geoeconómicos e institucionales que llevarían desarrollo y prosperidad a los pueblos de los países que las conforman. Independientemente de las razones ideológicas y de intromisión política, que en el caso de la CAN la han puesto al borde de su virtual disolución, el problema en ésta y en el MERCOSUR, pasa también por la falta de madurez política e institucional de sus miembros para liberalizar los procesos económicos y comerciales. Llevados muchas veces por la retórica, prefirieron ver a la integración como algo más político que económico, cuando es al revés.
- La nacionalización de sus recursos energéticos por parte de Bolivia, en una muestra de retroceso a paradigmas trasnochados y comprobadamente fracasados, digitada –claro está- desde La Habana y Caracas, y confiando además en un eventual triunfo de Ollanta Humala en el Perú para controlar las tres grandes reservas gasíferas de Sudamérica y, parafraseando a Alan García, estar en condiciones de poner una pistola en la sien, no sólo al Brasil, sino a aquellos países con déficit energéticos, cooptarlos y causarle problemas a unos EE.UU. que ahora están cosechando los frutos de una historia de ceguera estratégica, ninguneo –e incluso desprecio- a toda una región. Un eventual triunfo de Manuel López Obrador en México y de Daniel Ortega en Nicaragua, también digitados por Castro y Chávez, empeoraría exponencialmente el panorama.
- La comprobación que las percepciones de amenaza siguen vigentes y que los –fracasados- procesos subregionales de integración en nada las disminuyeron. Tan sólo veamos el informe que sobre el gasto militar sudamericano publicó el pasado 29 de abril El País de España. El incremento de los índices de intercambios comerciales es lo que cambia las percepciones de amenaza, no hipócritas abrazos y reuniones de altos mandos militares. Hace 200 años lo sentenció Alexander Hamilton: “Sólo el espíritu del comercio suaviza los modales de los hombres”.
- La demanda de Argentina contra Uruguay ante la CIJ por el litigio de las papeleras y la contrademanda de este último.
En mi opinión –desgraciadamente-, Latinoamérica sólo
existe en términos de una serie de países que pueden ser identificados en un
mapamundi y que tienden a fracturarse aun más. Triste, ¿no?
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