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    Alberto Bolívar Ocampo. Politólogo. Profesor de Geopolítica en los Institutos Armados, el CAEN y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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Inteligencia y Política (*)




Por su teórica naturaleza de herramienta auxiliar para la toma de decisiones, la inteligencia tendría que ser neutra, objetiva y alejada de los vaivenes y la manipulación de la política. En su Inteligencia Estratégica (1946), dice Sherman Kent, el padre del estudio moderno y sistémico de esta disciplina, que lo que una organización de inteligencia desea sobre todo es que sus hallazgos sean de utilidad para tomar decisiones, pero advierte que “no existe ninguna ley universal que obligue a la política – es decir la instancia decisoria- a aceptar esos hallazgos”, tanto así que muchas fallas de inteligencia se dan, no por carencia de ésta, sino por no ser del agrado de la política.

En los hechos, es cierto que a veces luchará por mantener su independencia –y consecuentemente su objetividad-, pero otras veces se politizará y los resultados no serán nada buenos para la política misma, el sistema de inteligencia y menos para el país, tal como dramática y penosamente se comprobó acá en la década pasada y en mucha menor medida, pero no menos lamentablemente, entre 2001 y 2004. Quizás John Le Carré tenía razón cuando uno de sus personajes en El Topo decía que “los servicios secretos eran la única medida de la salud política de una nación, la única expresión real de su subconsciente”.

Sucede en todos lados. Incluso en un país tan institucionalizado como los EE.UU., su sistema produjo inteligencia “cocinada”, “a gusto del cliente”, para justificar la torpe invasión a Irak en 2003, aduciendo que ese país tenía armas de destrucción masiva. Inteligencia tendría que haber encontrado las evidencias concretas de la existencia de esas armas, para que la política adoptara o no la decisión de invadir. El problema está en que esa decisión ya estaba tomada con anterioridad y lo que hizo la Casa Blanca fue presionar para que la inteligencia producida por el sistema encajara con dicha decisión. Todo se hizo al revés y resultó en una guerra mal concebida, mal conducida, con consecuencias no previstas, costosa y crecientemente impopular.

¿Qué hacer? Tal como lo señalé el pasado 9 de enero, para poder resistir presiones políticas, muy importante es un sistema de inteligencia con una persistente honestidad profesional. Por su parte, en su interesantísimo libro Spy Handler (2005), Víctor Cherkashin, el oficial de la KGB que fue el controlador de Aldrich Ames (CIA) y Robert Hanssen (FBI), sostiene que la principal lección de la Guerra Fría es que “de alguna manera, los Estados deben asegurar que sus servicios de inteligencia dirijan sus actividades hacia objetivos estratégicos apropiadamente definidos, en vez de seguir las intenciones políticas de sus líderes” ; porque cuando se politiza la inteligencia, sucede lo que en 1976 advirtiera Thomas L. Hughes: que sea mal usada por el gobierno en la misma forma que un borracho usa un poste de luz... para apoyarse y no para iluminarse.


(*) Alberto Bolívar. Publicado en La Primera 27/Mar/06

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