El nuestro, es un país de extremos porque fácil y rápidamente pasamos de uno a otro en muchos aspectos de la vida nacional. La función de inteligencia – legal y legítima para cualquier Estado que se precie de previsor -, no ha sido la excepción. De un exceso de usos y abusos dentro de paradojas de eficiencia como sistema, hemos pasado a su vilipendio, abierta desconfianza y virtual inexistencia sistémica.
Los eventos – que vienen en la forma de riesgos y amenazas, pero también de oportunidades –, generalmente nos sorprenden porque en el fondo no hay un buen manejo, pero sobre todo un real conocimiento de la importancia de esa función, tanto del lado de los productores (increíblemente, a veces sucede) como del de los consumidores de la inteligencia. En The Fourth World War: Diplomacy and Espionage in the Age of Terrorism (1992, p.113) Alexander De Marenches – quien en una admirable muestra de continuidad nacional e institucional dirigió la inteligencia francesa con tres presidentes, entre 1970 y 1981-, didácticamente describe esa función: “En muchos aspectos, es también como el panel de instrumentos en un avión. En la cabina está el hombre que toma las decisiones: el piloto, el jefe del Estado. La información que está frente a él es vital. Sin ella no puede volar el avión con seguridad. Si el servicio de inteligencia ( el autor se refiere a la agencia central) es inepto, lleno de amateurs o de gente que es incompetente o estúpida o algo peor, impactará sobre el presidente, por no mencionar a sus ´pasajeros´ , es decir el pueblo que gobierna. Obviamente, también se debilitará su posición internacional, fallará su brújula y él no estará en posesión de todas las herramientas que le permitan elegir un curso directo hacia su destino”.
El problema está en que en un ambiente doméstico e internacional caracterizado por súbitas -aparentes o reales- “turbulencias”, nuestro país no puede darse el lujo de seguir con un sistema de inteligencia que – desgraciadamente - sólo existe formalmente, en el papel, pese a tener algunos buenos servicios secretos. Ese no es el punto: necesitamos un sistema de inteligencia que funcione como tal, en conjunto y cuyo (nuevo) marco legal permita su efectiva y centralizada conducción.
Relata Richard Betts en Enemies of Intelligence: Knowledge & Power in American National Security (2007, p.127), que el entonces director de la CIA George Tenet, tres semanas antes de los ataques del 9/11, en una entrevista que parece trágicamente premonitoria, agonizaba ante la perspectiva de una catastrófica falla de inteligencia. “Entonces el país querrá saber”, advirtió Tenet; “por qué no hicimos aquella inversión; por qué no pagamos el precio; por qué no desarrollamos la capacidad”. Hasta ahora, los peruanos hemos tenido mucha suerte. No vaya a ser que uno de estos días se nos acabe y el país – o lo que quede de él- termine, con justa razón, haciéndose similares e incluso más amargas interrogantes.
(*) Alberto Bolívar. Diario Expreso. 13/Dic/07
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