El uso de satélites espías debe ser complementario a otros métodos de recolección y análisis de información. Una de las razones del 11-S fue el excesivo peso operacional que los EE.UU. le dieron a los llamados “medios técnicos nacionales”, en detrimento del espionaje clásico, es decir, el humano, referido siempre como “Humint” en inglés. En septiembre de 2001, sus capacidades Humint para combatir al terrorismo de Al Qaeda – que ya era considerado como una amenaza de alcance global desde los ataques de agosto 1998 en Tanzania y Kenya-, eran prácticamente nulas. No sólo no tenían espías en la organización, sino que incluso no tenían analistas que dominaran lenguas como el pashtún, muy usado en el Afganistán que era su sede física.
Desde el fin de la Guerra Fría se concentraron en la priorización presupuestal de agencias como la National Security Agency/NSA (que realiza espionaje electrónico global en cooperación con sus similares de Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelanda a través del llamado Sistema Echelon), la National Reconnaissance Office/NRO (encargada del diseño, fabricación y manejo de los satélites espías) y la más reciente (reemplazó a la National Imagery and Mapping Agency/NIMA) National Geoespatial-Intelligence Agency/NGA (que realiza inteligencia geoespacial, es decir, la recolección y análisis de las imágenes obtenidas por la NRO o a través de operaciones comerciales con empresas como DigitalGlobe de Colorado; además de convertirlas en cartas y mapas para apoyar a sus FFAA en tierra, mar y aire). Las tres dependen del Pentágono y son útiles sólo para complementar o confirmar lo que la Humint ha reportado. Un satélite espía puede ayudar a determinar las capacidades materiales de un grupo terrorista o de la fuerza armada de un país, pero las intenciones sólo podrá proporcionarlas un espía bien situado en el círculo de quienes en ambas instancias toman las decisiones.
Dice William Burrows que los sistemas satelitales incluyen no sólo al artefacto espacial, sino también las redes a nivel mundial para el seguimiento, guía, comunicaciones y adquisición de data, que son necesarias para mantenerlos funcionando y productivos.
Un satélite no siempre ve lo que es real porque puede ser víctima de engaño estratégico, como efectivamente le sucedió a los EE.UU. en mayo 1998, cuando la India pudo ingeniosamente ocultar sus preparativos para la reanudación de pruebas nucleares que provocaron una peligrosa respuesta paquistaní en el mismo sentido. En este caso, a Washington más útil –y barato- le hubiera sido tener a un espía bien plantado en círculos políticos, científicos o militares de Nueva Delhi.
Actualmente hay 795 satélites orbitando la Tierra, de los cuales 413 son estadounidenses; Rusia tiene 87 y China 34, y los 261 restantes corresponden a diversos países. La mayoría son de comunicaciones y observación para uso dual. Ojalá que el próximo gobierno privilegie en temas de defensa la pronta adquisición y lanzamiento de un satélite peruano. Lo necesitamos urgentemente.
(*) Alberto Bolívar. Diario La Primera, 29/May/06
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