Hemingway solía dar un gran consejo a sus mejores amigos: “Nunca confundas movimiento con acción”. Una de esas personas – Marlene Dietrich – declararía alguna vez que “con esas cinco palabras me dio toda una filosofía de vida.” En el mundo de la inteligencia, que para David Martín se asemeja a “una selva de espejos”, es muy importante tomar en cuenta el consejo, relacionándolo además con toda la teoría de las “señales” y el “ruido” que magistralmente expusiera Roberta Wohlstetter en su Pearl Harbor: Warning and Decision (1962); esto es, tratar de separar la paja del trigo, lo accesorio de lo principal, lo que parece ser y no lo es.
En el escándalo de los “petroaudios”, la mayoría de los análisis se han enfocado en las (aparentemente) claras evidencias de operaciones de inteligencia privadas, es decir, de dos empresas compitiendo en una licitación. Si la “perdedora” tenía esas pruebas antes de que se diera la buena pro, ¿por qué no las hizo públicas para eliminar a la “ganadora”? Todo esto es “movimiento” y “ruido”, mas no “acción” y “señales”. El propósito de toda esta trama de espionaje no ha sido económico, ha sido político: conseguir supuestos indicios e incluso supuestas pruebas de corrupción vinculadas a las alturas del poder. ¿Con qué finalidad? Con lo que declaré a este diario en octubre pasado: para crear una crisis político-constitucional que provocara la caída del presidente García. En esa misma entrevista apunté – ahora todo lo indica que equivocadamente – a los servicios secretos de Cuba y Venezuela creando las condiciones para la configuración de un gran vacío de poder y de legitimidad que llevara a la caída (total) del régimen aprista, un corto gobierno provisional que convocara a (unas) nuevas elecciones en las que el vencedor pudiera ser Ollanta Humala. Es probable que quienes maquinaron todo esto no sean extranjeros.
No obstante, han ido apareciendo indicadores preocupantes (a los que ya me referí la semana pasada): a las comunicaciones de altos funcionarios del Estado, que pueden haber sido comprometidas. Se ha mencionado al ministro de Defensa, pero en su caso, por ser un político hábil y experimentado, no me lo imagino hablando cosas importantes por teléfono o trasmitiéndolas por internet. Más preocupante sería el caso de las comunicaciones (aparentemente comprometidas) del embajador Allan Wagner, nuestro agente para la demanda contra Chile en La Haya. Esperemos que Business Track, tal como lo ha manifestado el mismo Wagner, comprometiera sus comunicaciones muchísimo antes de la presentación de la demanda. De no ser este el caso, estaríamos hablando ya no de espionaje “privado”, sino de espionaje a secas y constituiría una monumental falla de contrainteligencia por cuanto Wagner – así como su equipo- tenían que haber sido “blindados” contra cualquier amenaza de inteligencia, ni bien fueron nombrados para la delicada tarea porque automáticamente se convertían en (lógicos) “blancos de inteligencia.”
Si esta gente también espió a Wagner y a los suyos EN TERRITORIO PERUANO, querría decir que alguien metió la pata en gran forma y brillante estilo.
(*) Alberto Bolívar. Diario Expreso. 30/Ene/09
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