Se inició el 31 de Enero de 1968 durante la guerra de Vietnam, cuando 84,000 efectivos combinados del Viet Cong (guerrilla operando en el Sur) y del ejército de Vietnam del Norte –violando la tregua por el Año Nuevo Lunar chino (Tet) -, lanzaron una serie de ataques contra 5 ciudades autónomas, 36 capitales provinciales y 64 capitales distritales en todo Vietnam del Sur; prolongándose los combates para desalojarlos hasta fines de Febrero. Para el Norte fue un fracaso táctico, ya que sufrieron 58,000 muertos, pero –y paradójicamente – un éxito estratégico porque tanto la administración de Lyndon Johnson como la opinión pública de su país se dieron cuenta que la guerra no podía ganarse. Impactantes fueron las imágenes de la lucha por recuperar la embajada estadounidense en Saigón, la cual había sido tomada por un grupo de comandos del Viet Cong, así como de los sangrientos combates por la ciudadela de Hue (magistralmente recreados por Stanley Kubrick en su película de 1987, Nacido para Matar.)
Pese a los indicadores de alerta temprana, los EE.UU. no creyeron que los comunistas se atrevieran a realizar algo de tanta envergadura y cuya intención era provocar una insurrección generalizada contra el régimen sudvietnamita, algo que nunca sucedió. Los EE.UU. vencieron militarmente, pero fueron derrotados política y psicológicamente. Tal fue el impacto, que el 31 de Marzo Johnson anunciaba al país su decisión de no postular a la reelección ese año. (Sobre el Tet, recomiendo el número especial de la revista Vietnam, Febrero 2008.)
Escribo sobre estos hechos de hace 40 años, no tanto por mi afición por la historia militar, sino más bien porque esa clase de ofensivas urbanas, con pequeñas unidades, decididas y altamente móviles, atacando simultáneamente diversos objetivos es lo que hemos venido presenciando desde Somalia en 1993 hasta Irak. Algo similar pretendió realizar Abimael Guzmán en Lima para fines de 1992: una batalla callejera de varios días, con miles de muertos y que provocaría una intervención internacional. Constituyó el fallido “giro vietnamita” de Guzmán. Reconozcamos que las tendencias de los terroristas - incluidos los de SL - apuntan a privilegiar los escenarios urbanos sobre los rurales porque después de Nueva York, Washington, Madrid, Londres, Casablanca, Bali, Bagdad, Faluya, Kabul, etc., hay que ser un terrorista muy torpe como para ir a podrirse al monte. Las ciudades constituirán los campos de batalla del futuro y para ello el Perú debe prepararse militar y políticamente. En lo militar, porque las fuerzas convencionales no están entrenadas para actuar en escenarios urbanos. Políticamente, porque los terroristas o las avanzadas radicales usarán a una masa crítica de legitimidad (como los reclutados por las Casas del ALBA) para que, a diferencia de la Ofensiva del Tet, sí se llegue a la insurrección generalizada. Paciente y hábilmente – y en nuestras narices - vienen acumulando esa masa. Sus capacidades militares no serán tan importantes como las político-sociales, ergo, es en ese campo donde urge actuar. Sí, antes de que sea demasiado tarde.
(*) Alberto Bolívar. Diario Expreso, 31/Ene/08
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