En las últimas semanas hemos sido testigo de una reactivación de las actividades militares de las facciones senderistas tanto del VRAE como del Huallaga. Ello no ha obedecido a una estrategia de respuestas a los supuestos golpes que las fuerzas de seguridad les están propinando, sino más bien a una competencia estratégica enmarcada en el trigésimo aniversario de lo que Abimael Guzmán denominó el ILA (Inicio de la Lucha Armada), que como sabemos se inició el sábado 17 de mayo de 1980 con el ataque y consiguiente destrucción de un local de votación en la localidad ayacuchana de Chusqui.
Me he referido a las “facciones senderistas” porque treinta años después no es posible hablar de un Sendero Luminoso unificado, coherente y centralizado en términos de dirección estratégica. Sendero está dividido en las facciones del VRAE, del Huallaga y de Lima.
La primera facción es la más radical porque si bien mantiene la mayoría de postulados de la ideología senderista, no sólo ha roto vínculos con Abimael Guzmán, sino que además lo ha condenado a muerte por traición. Los seguidores de los camaradas “José” y “Alipio” son los que más golpes han propinado a las fuerzas del orden, incluyendo emboscadas a patrullas policiales y militares, así como el derribo de dos helicópteros MI-17 usando RPGs como si fueran armas antiaéreas; técnica que dicho sea de paso, fue desarrollada por los mujaidines afganos en su lucha contra los soviéticos en los años ochenta. (En abril de 2009 estuvieron a punto de derribar, usando la misma técnica, a un helicóptero que transportaba al jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas). Los senderistas del VRAE han probado ser altamente móviles, estar muy bien entrenados militarmente, poseer muy buenos sistemas de comunicación, gran conocimiento del terreno, pero sobre todo tener un buen sistema de inteligencia y contrainteligencia que les permite de un lado, conocer dónde y cuándo golpear y de otro lado, anticipar acciones que contra ellos se realicen.
Esto último fue dramáticamente reconocido por el general PNP Edwin Palomino Vega, jefe de la Dircote, cuando en declaró al diario Perú.21 el 3 de mayo pasado: “Siempre llegamos 10 minutos tarde”. De otro lado, “José” y los suyos están aliados con las firmas del narcotráfico. No es que ya sean un cártel más, sino que están aprovechando la gran demanda por droga para “hacer caja” y reconstituir el partido y el ejército, en lo que a esa facción compete. No tienen apuro y esto último no es bien comprendido por las fuerzas del Estado: la guerra senderista – en cualquiera de sus tres facciones – es Guerra Popular Prolongada. Hemos resaltado este adjetivo porque constituye su principal característica.
La facción del Huallaga, liderada por el elusivo camarada “Artemio”, también comparte con la del VRAE su alianza con el narcotráfico, pero a diferencia de esta última, sigue la línea que desde la Base Naval dicta Abimael Guzmán, buscando una “solución política a los problemas derivados de la guerra”, es decir, una amnistía general y consiguiente liberación de absolutamente todos los senderistas encarcelados; algo que ningún gobierno en su sano juicio podría aceptar. Desde el punto de vista militar no han probado ser tan efectivos – al menos por el momento – que la gente de “José”.
El gran reto de Guzmán es el tratar de llegar a un acuerdo entre él y el VRAE, para posteriormente coordinar acciones con el Huallaga. Pese a que la nota periodística de El Comercio del 1 de mayo sostenga que el ya detectado personal del VRAE en los dominios de “Artemio” buscaba disputarle el negocio de la droga, negando que fuera para buscar un acercamiento, yo sí creo posible esto último porque el ambiente político y social del país son propicios para coordinar esfuerzos contra un Estado que cada vez se deslegitima más por los escándalos de corrupción y su incompetencia administrativa. Que el VRAE y Huallaga arriben a un acuerdo monitoreado desde la Base Naval constituiría nuestra peor pesadilla.
La tercera facción, la de Lima, es la más política de todas y sigue las directivas de Guzmán. Es de perfil bajo y está encargada de la captación de nuevos cuadros – sobre todo en colegios y universidades nacionales -, así como de la recuperación de aquellos cuadros que se habían alejado del senderismo. Todavía no se conoce que realice actividades de entrenamiento militar.
De parte del Estado hay confusión. En primer lugar, no han definido claramente al enemigo (en cualquiera de sus tres facciones) que enfrentan. Recordemos que se demoraron 9 años para responder a una sola pregunta: “¿Que es Sendero Luminoso?” Dicha pregunta fue respondida con el Manual de Guerra No convencional de julio de 1989. En segundo lugar y relacionado con lo anterior, sobre todo las fuerzas armadas, siguen usando ese manual, pese al tiempo transcurrido y pese a los manifiestos signos que Sendero ha cambiado en términos doctrinarios, operacionales y de acercamiento a la población. Tercero, no hay un marco legal antiterrorista actualizado: ni estatuto antiterrorista, ni leyes de arrepentimiento y de recompensas; ni qué decir de protección legal efectiva a las fuerzas del orden. Cuarto, el Sistema de Inteligencia Nacional existe sólo formalmente, no en términos reales. Tenemos buenos servicios de inteligencia, mas no un buen sistema, dentro del cual la Dircote tendría que ser la punta de lanza de todo el esfuerzo de inteligencia. Quinto, fuerzas operativas que no pueden movilizarse porque no tienen helicópteros; que no están bien aprovisionadas; que son perseguidas legalmente después de todo enfrentamiento militar. Sexto, la ausencia de los componentes no uniformados del Estado: Salud, Educación, Transportes, Justicia, etc. Esta, ante todo es una confrontación en la que se supone el Estado debe buscar el apoyo de la población a través de su legitimación. Como no está presente, no se puede combatir políticamente a Sendero en el VRAE y el Huallaga. Ellos disfrutan de los vacíos político-administrativos que crea el mismo Estado.
¿Qué estamos esperando para reaccionar integralmente? No lo sé. A veces pienso que estamos en 1981-82 por la dejadez, inacción y miopía política y estratégica respecto a la naturaleza de la amenaza. Ojalá nomás que no tengamos nuestro equivalente a un “11 de septiembre” para allí recién empezar a reaccionar.
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