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    Alberto Bolívar Ocampo. Politólogo. Profesor de Geopolítica en los Institutos Armados, el CAEN y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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La Operación “Jaque” (*)




A diferencia de otras operaciones de rescate de prisioneros (Cabanatuán, 1945) o rehenes (Entebbe, 1976; Mogadiscio, 1977; Londres, 1980; Lima, 1997; Sierra Leona, 2000), no fue realizada por efectivos de fuerzas especiales (comandos) colombianas, sino por agentes de su inteligencia militar. Tal como lo manifestó el ministro de Defensa Juan Manuel Santos cuando anunció la liberación de los rehenes, fue una operación especial de inteligencia (que podría quedar como una de las más interesantes de toda la historia.)

En anteriores columnas (6, 13 y 20 de marzo pasados) ya había llamado la atención sobre el extraordinario desempeño de la inteligencia colombiana por la forma como contribuyó a localizar y eliminar a “Raúl Reyes”, en una (fina) operación de sus fuerzas especiales. Sin embargo, pese a no ser “Jaque” una operación de fuerzas especiales en sí, queda como el paradigma aplicado de lo que siempre recomienda el Special Air Service británico para planificar toda operación: imbuirse primero del principio KISS, que es el acrónimo de “Keep It Simple, Stupid!” (“¡Mantenlo Simple, Estúpido!”); ahora, aplicado a la inteligencia.

Clave fue la increíble penetración humana al círculo más cercano al secretariado de las FARC. Ello implica tener extraordinarias capacidades de inteligencia humana (espías), pero más aún, implica tener extraordinarios maestros de espías: los que planificaron y dirigieron “Jaque”. ¿Hubo dinero de por medio? Creo que sí, pero por motivos muy simples y distintos a los que la izquierda internacional esta esgrimiendo: cuando una organización como las FARC deviene en puramente criminal, sus miembros sólo buscan su bienestar y por ende son propensos al soborno (grande) y consecuentemente a la traición (más grande aún), como en esta ocasión.

A fines de los noventa, las FARC casi se habían convertido en una fuerza convencional con medios y canales de comunicación electrónicos. Por eso mismo se pudo ir cerrándoles el espacio electromagnético, afectando su estructura de comando y control, hasta llegar a manipular sus ya precarias comunicaciones. Así suplantaron a Alfonso Cano y transmitieron “sus órdenes”, sin que los carceleros pudieran confirmarlo porque no había cómo. Sólo les quedó confiar en los “emisarios” (agentes infiltrados.)

Las medidas de contrainteligencia adoptadas (celulares apagados, radios con volumen alto en reuniones realizadas en recintos ajenos a inteligencia, etc.), permitieron planificar evitando el espionaje de las FARC.

Las maniobras de engaño estratégico y táctico también fueron muy bien elaboradas, notándose que en Colombia su personal de inteligencia domina idiomas extranjeros porque literatura en español sobre teoría del engaño, casi no hay.

Las cubiertas utilizadas fueron ad hoc: una supuesta ONG “progre”, integrada por “extranjeros” vistiendo atuendos preferidos por los radicales de todo el mundo (por ejemplo, camisetas con el rostro del “Che” Guevara), participando en el “traslado” de los rehenes; la inclusión de una agente mujer, imprescindible para no levantar sospechas. Para esta fase, los agentes inclusive recibieron clases de teatro.

En suma, todo el éxito de la operación se debió a la (brillante) simpleza puesta en su planificación y ejecución.


(*) Alberto Bolívar. Diario Expreso. 10/Jul/08

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