En la introducción a Cities, War and Terrorism: Towards an Urban Geopolitics (2004), Stephen Graham (editor), nos recuerda que “las ciudades, la guerra y la violencia política organizada han sido siempre mutuas construcciones”. En ese mismo volumen, Timothy Luke afirma – con razón -, que “más y más, los espacios domésticos y civiles de las sociedades urbanas emergen, o en muchos casos reemergen, como espacios geopolíticamente cargados.” Esto es, en un mundo tan urbanizado como el actual, las ciudades no sólo son símbolos de poder, riqueza, prestigio (o decadencia), sino que a partir del 11/9, son las mejores cajas de resonancia, los mejores blancos geopolíticos.
Eso lo conocimos bien los peruanos, cuando a fines de la década del ochenta, como producto de la escalada de violencia ocasionada por la competencia estratégica desatada entre Sendero Luminoso y el MRTA, Lima se convirtió en el principal campo de batalla. Por eso, en este Diario, allá por julio de 1989 ( en “Un peligro llamado Lima”) escribí: “las acciones terroristas son más efectivas y efectistas en una ciudad en vías de calcutización como Lima, que en algún paraje alejado de nuestra serranía.” Tres años después, Abimael Guzmán caería cuando ultimaba los detalles de una gran ofensiva urbana que se daría el 12 de octubre, en el V Centenario del Descubrimiento de América. Iba a ser al estilo de la Ofensiva del Tet (tema que traté el 31 de enero pasado en esta columna), que realizaron miles de efectivos del Vietcong y del ejército de Vietnam del Norte, atacando simultáneamente diversos blancos en las 40 principales ciudades de Vietnam del Sur.
Lo que acaba de realizar la organización terrorista india Lashkar-e-Toiba (El Ejército de los Puros) en Bombay, ha sido un pequeño Tet: efectivos altamente entrenados y decididos (un equivalente de las fuerzas especiales), muy bien coordinados, actuando rápida y violentamente contra blancos preestablecidos en un preciso planeamiento que contó con inteligencia de la mejor calidad. No sólo afectaron al centro financiero de la India, sino que remecieron a su gobierno, a su pueblo y al mundo; entre otros motivos, porque tal vez la carnicería (urbana) que acabamos de presenciar será a partir de ahora la regla y no la excepción; una suerte de “Tet perpetuo” en la que los llamados eufemísticamente “daños colaterales” (inocentes civiles caídos, bien sea por el accionar de los terroristas como por el de las fuerzas de seguridad) marquen la pauta en términos estadísticos del costo social (y material) que produzcan tales actos de terrorismo y de la respuesta que den los Estados afectados.
Si esta prueba ser la tendencia, pues a prepararse, porque tarde o temprano nos alcanzará. Ello implicará toda una nueva concepción urbanística que tome en cuenta los aspectos de seguridad, redes de inteligencia y contrainteligencia en las ciudades, y en especial el desarrollo de una doctrina de combate urbano para nuestras fuerzas de seguridad. Sólo así podremos anticipar o disuadir a los probables agresores, o en su defecto, minimizar los costos sociales y materiales de las respuestas.
(*) Alberto Bolívar. Diario Expreso. 04/Dic/08
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