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    Alberto Bolívar Ocampo. Politólogo. Profesor de Geopolítica en los Institutos Armados, el CAEN y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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Problemas en Afganistán




El ataque estadounidense a Afganistán del 7 de Octubre de 2001, así como su posterior ocupación militar, fueron acciones totalmente legales, legítimas y operacionalmente indispensables para acabar con la base física de Al Qaeda, el perpetrador de los ataques del 11 de Septiembre, y de sus aliados talibanes.

Incluso fueron muy buenos los instrumentos militares humanos empleados: fuerzas especiales como los Boinas Verdes, los Rangers y los SEALS estadounidenses, así como los del Special Air Service británico. No cometieron el gravísimo error inicial de los soviéticos, quienes cuando invadieron ese país a fines de 1979, lo hicieron empleando masivamente fuerzas convencionales; las que estaban muy bien preparadas, adoctrinadas y apertrechadas para pelear contra fuerzas (convencionales) similares en las llanuras de Europa Central y no en la montañosa topografía afgana contra los diversos grupos de mujaidines, miríada de fuerzas irregulares, asimétricas, no convencionales. Sólo cuando emplearon a sus fuerzas especiales – los Spetznas – causaron problemas a los guerrilleros.

En 2001, muy importante fue la forma cómo esas fuerzas especiales occidentales se mimetizaron con los grupos antitalibanes y con la población afgana, que en su mayor parte ya estaba harta de su muy radical gobierno teocrático. Pronto, Al Qaeda y los talibanes corrieron a refugiarse en inexpugnables zonas aledañas de Pakistán.

A casi siete años de estos hechos, los talibanes y Al Qaeda han vuelto y se han reconstituido en Afganistán, recuperando una gran influencia en zonas rurales. No en vano al presidente afgano Ahmid Karzai se le llama ahora el “alcalde de Kabul” (la capital.) Igualmente, se está reproduciendo peligrosamente el apoyo popular a los islamistas radicales, tanto en el campo como en la ciudad, en la forma de mejor inteligencia, más reclutas y una recobrada infraestructura operacional que ha elevado geométricamente los índices de violencia. (Y ni qué decir del renacido poder de los señores de la guerra y de los productores de amapola.)

¿Qué sucedió? Muy simple: la torpe invasión a Irak en 2003, que alienó a las masas populares del mundo musulmán, incluidas las de Afganistán. Este país tendría que haber sido el modelo de construcción de Estado-Nación y de democratización en el mundo musulmán, a través del equivalente a un “Plan Marshall”. Hoy, es un problema más (grave) para Washington en la región. Ya hace un buen tiempo leí en The New York Times un artículo en el que se advertía que los EE.UU. corrían el peligro de perder dos guerras simultáneamente: en Irak y Afganistán, algo de lo que parece haberse dado cuenta Barak Obama, quien quiere, de llegar al poder, (re) enfocar los esfuerzos políticos y militares en este último país. En términos prácticos, hay que empezar de nuevo, (pero) procurando no olvidar -pregúntenle sino a los británicos y a los soviéticos- ese viejo dicho hindú: “¡Dioses: líbrenme del veneno de la cobra, del diente del tigre y de la venganza del afgano!” (en Arnold Fletcher, Afghanistan Highway of Conquest, 1965, p.7; cit. en Robert Asprey, War in the Shadows: The Guerrilla in History, 1994, p.1207.)


(*) Alberto Bolívar. Diario Expreso. 24/Jul/08

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