Tal como hace poco declaró Felipe Ortiz de Zevallos, nuestro actual embajador en los EE.UU., debemos ver a dicho foro trans-Pacífico, no como la solución a todos nuestros problemas, sino como una gran oportunidad (multisectorial y multidimensional, diría yo) de inserción internacional en un área por demás importante en lo geoeconómico y comercial y – claro está – en lo geopolítico.
Pasada la euforia por el éxito de la Cumbre de Lima, creo necesario reflexionar acerca de la necesidad de que los (por ahora) potenciales beneficios no se diluyan, sino más bien se concreten y coadyuven al aumento de nuestra estatura estratégica como país, a partir de una reformulación de nuestro Estado porque, tal como ahora está estructurado y funciona, va a tener problemas para servir de catalizador y vector de proyección de nuestras capacidades nacionales a una zona que en las próximas décadas moldeará las relaciones (de toda índole) a escala global, en momentos que está partiéndose de un momento histórico caracterizado por una crisis económica y financiera estadounidense sin precedentes, cuyos peores remezones – de alcance también globales - tal vez aún no se hayan sentido.
El estar preparados para dichos (probables) remezones, exige el diseño de una Gran Estrategia (nacional), concepto que traté en esta columna el pasado 24 de enero, y que según el especialista chileno Miguel Navarro Meza, “en su acepción moderna implica siempre la definición de un proyecto de inserción internacional único y específico del Estado y la adecuación de sus recursos de poder, cualquiera sea la naturaleza de estos, para apoyar dicho proyecto”. Dicho de otra forma: si bien lo de APEC es (tremendamente) positivo, ¿cuál es nuestra imagen-objetivo como país, para el mediano y largo plazo, y en los ámbitos sub-regional, regional y global? ¿Cuáles son aquellos intereses nacionales de índole permanente que deben ser el sustento para la formulación de objetivos nacionales, permanentes y de largo plazo? ¿Cuál es la Gran Estrategia dentro de la cual nuestra proyección transpacífica es tan sólo uno de sus acápites? ¿Cuál, por ejemplo, debe ser el nivel e intensidad de nuestras relaciones con el Brasil, potencia emergente del siglo XXI junto con Rusia, India y China, y que desea proyectarse hacia el Asia-Pacífico?
Si es hacia el Oeste donde hemos decidido (prioritariamente) mirar, entonces partamos por formular – por lo menos, haciendo eco a unos comentarios de Alejandro Deústua- una Política Marítima. La verdad es que no entiendo cómo vamos a proyectarnos hacia el Pacífico y a servir de puente (desde y hacia el mismo) por nuestra ventajosísima locación geográfica, si ni siquiera sabemos qué hacer con nuestros puertos – activos estratégicos vitales para cumplir ese rol – y si nuestra marina mercante sólo cuenta con sólo dos (02) naves.
Que la ventana de oportunidad estratégica de APEC nos lleve (y si es necesario, obligue) a plantear una Gran Estrategia que vise en el mediano y largo plazo, afrontar sin sobresaltos los retos y dificultades, así como sacar provecho de nuestras (inmensas) ventajas comparativas en un escenario internacional –momentáneamente- en severa crisis.
(*) Alberto Bolívar. Diario Expreso. 27/Nov/09
Pasada la euforia por el éxito de la Cumbre de Lima, creo necesario reflexionar acerca de la necesidad de que los (por ahora) potenciales beneficios no se diluyan, sino más bien se concreten y coadyuven al aumento de nuestra estatura estratégica como país, a partir de una reformulación de nuestro Estado porque, tal como ahora está estructurado y funciona, va a tener problemas para servir de catalizador y vector de proyección de nuestras capacidades nacionales a una zona que en las próximas décadas moldeará las relaciones (de toda índole) a escala global, en momentos que está partiéndose de un momento histórico caracterizado por una crisis económica y financiera estadounidense sin precedentes, cuyos peores remezones – de alcance también globales - tal vez aún no se hayan sentido.
El estar preparados para dichos (probables) remezones, exige el diseño de una Gran Estrategia (nacional), concepto que traté en esta columna el pasado 24 de enero, y que según el especialista chileno Miguel Navarro Meza, “en su acepción moderna implica siempre la definición de un proyecto de inserción internacional único y específico del Estado y la adecuación de sus recursos de poder, cualquiera sea la naturaleza de estos, para apoyar dicho proyecto”. Dicho de otra forma: si bien lo de APEC es (tremendamente) positivo, ¿cuál es nuestra imagen-objetivo como país, para el mediano y largo plazo, y en los ámbitos sub-regional, regional y global? ¿Cuáles son aquellos intereses nacionales de índole permanente que deben ser el sustento para la formulación de objetivos nacionales, permanentes y de largo plazo? ¿Cuál es la Gran Estrategia dentro de la cual nuestra proyección transpacífica es tan sólo uno de sus acápites? ¿Cuál, por ejemplo, debe ser el nivel e intensidad de nuestras relaciones con el Brasil, potencia emergente del siglo XXI junto con Rusia, India y China, y que desea proyectarse hacia el Asia-Pacífico?
Si es hacia el Oeste donde hemos decidido (prioritariamente) mirar, entonces partamos por formular – por lo menos, haciendo eco a unos comentarios de Alejandro Deústua- una Política Marítima. La verdad es que no entiendo cómo vamos a proyectarnos hacia el Pacífico y a servir de puente (desde y hacia el mismo) por nuestra ventajosísima locación geográfica, si ni siquiera sabemos qué hacer con nuestros puertos – activos estratégicos vitales para cumplir ese rol – y si nuestra marina mercante sólo cuenta con sólo dos (02) naves.
Que la ventana de oportunidad estratégica de APEC nos lleve (y si es necesario, obligue) a plantear una Gran Estrategia que vise en el mediano y largo plazo, afrontar sin sobresaltos los retos y dificultades, así como sacar provecho de nuestras (inmensas) ventajas comparativas en un escenario internacional –momentáneamente- en severa crisis.
(*) Alberto Bolívar. Diario Expreso. 27/Nov/09
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