Entre otros, dentro de esta categoría podemos encontrar al agua y a las diversas fuentes de energía, prefiriendo los economistas referirse a las mismas como commodities. No obstante, como estamos en un mundo en el que casualmente cada día estarán más escasos, para el estadista estos activos van adquiriendo el carácter de estratégicos (sin que esto signifique en modo alguno apoyar el sentido que se le dio al término “estratégico” entre 1968 y 1980), porque pueden condicionar – sino determinar – el desarrollo y la seguridad de un país en las décadas por venir, en razón de su buen o mal uso, e incluso de su no uso.
Para el estadista, son estratégicos porque su escasez o su abundancia y la forma como afecten al desarrollo, se reflejarán en el grado de poder nacional que un país detente en un momento dado de su historia y que –al menos en teoría - le permitirá alcanzar una determinada estatura estratégica y por ende un margen de maniobra mayor o menor para afrontar situaciones de conflicto.
Activos (casi estratégicos) hemos tenido varios a lo largo de nuestra historia: el güano, el salitre, el caucho, las riquezas ictiológicas y ahora el gas (y por qué no también decirlo, el agua.) Sin embargo, salvo – hasta ahora – lo último, el resto fue dilapidado en vergonzosas marañas de corrupción, incompetencia y falta de previsión. No supimos qué hacer con esos activos, que nunca devinieron en verdaderamente estratégicos porque no teníamos una idea coherente de país a largo plazo; o dicho de otro modo, porque no nos gobernaban estadistas.
Si el siglo XIX fue el siglo del carbón y el siglo XX el del petróleo, el actual es el siglo del gas natural. Lo tenemos y pese a ello, en vez de ver cómo se masificaba su consumo doméstico, hubo quienes prefirieron que se exportara, no importando a quién fuera, es decir, como el caso de Chile, en medio de un diferendo territorial. La exportación – a quien sea – es sólo buena si hay reservas comprobadas suficientes para satisfacer el consumo interno y si las relaciones con el comprador son verdaderamente óptimas. Como podrá apreciarse, no se cumple ninguno de los dos supuestos.
Torre Tagle prefirió hablar de llevar los asuntos bilaterales por “cuerdas separadas”: por un lado, lo político-diplomático y lo estratégico-militar, y por otro, lo económico-comercial; como si no fueran herramientas integrales para accionar al momento de ir a una difícil negociación diplomática para resolver un contencioso territorial (es la vía que yo hubiera adoptado, usando cartas como el agua, energía hidroeléctrica e incluso el gas) o para apoyar la (final) decisión de ir a La Haya.
Atentando contra el interés nacional, altos funcionarios públicos peruanos (verdaderos cipayos) festinaron trámites legislativos con tal de tratar de aliviar los graves apuros energéticos chilenos. Es menester saber cuanto antes quiénes se prestaron a una trama que – no hay duda -, afectaba negativamente el futuro energético del país. Esto fue hecho a sabiendas. Deben pagar por ello.
(*) Alberto Bolívar. Publicado en Diario Expreso. 14/Feb/08
0 comentarios:
Publicar un comentario